Este lunes el Papa Francisco comenzó un viaje de cuatro días a la República de la Unión de Myanmar (la antigua Birmania) y Bangladesh, dentro de su visita a Asia, que está marcada por la crisis del éxodo de los rohingya y la apertura de relaciones internacionales con China.
Unas horas antes de la llegada del Sumo Pontífice, un grupo budista radical quiso advertirle de que no debe apoyar a la minoría musulmana rohingya. Myanmar y Blangladesh han vivido el éxodo de 600.000 rohingyas en tan solo tres meses, que ha desatado una gran crisis humanitaria que ha alertado a todo el mundo.
El pasado 27 de agosto, el Papa Francisco, tan solo dos días después del gran éxodo, expresó su solidaridad con los “hermanos rohingya” y denunció la persecución que estaban sufriendo. Poco después, las autoridades católicas asiáticas le sugirieron que no volviera a utilizar esa palabra durante la visita que ya estaba planeada a Myanmar y Bangladesh.
Fue el primer cardenal católico de Birmania, Charles Maung Bo, quien aconsejó al papa no pronunciar dicho término, por la controversia y la tensión que genera. Por otro lado, desde otros sectores pro derechos humanos le instan a hablar del problema y a utilizar la palabra “Rohingya”. Así lo entiende Phil Robertson, subdirector de la división de Asia de la Organización pro derechos humanos Human Rights Watch (HRW).
Cuatro días antes de la llegada del Papa, Myanmar y Bangladesh han firmado un acuerdo por el cual los rohingya expulsados de Myanmar podrán regresar a sus casas. El Papa, a pesar de las reticencias birmanas, tiene previsto entrevistarse con una pequeña delegación de esta población en Dhaka, capital de Bangladeh.
Este controvertido viaje del líder vaticano se enmarca dentro de un contexto de apertura de relaciones diplomáticas con China, unas relaciones rotas desde hace cerca de 70 años. Fue en 1951 cuando Mao Zedong expulsó del país asiático al Nuncio de la Santa sede y a sus misioneros católicos.
La situación ha llevado a que en la actualidad existan en China dos iglesias paralelas: la oficial, que está bajo el control de la Asociación Católica Patriótica, y la clandestina. China cuenta con 10 millones de católicos, de unos 40 millones de cristianos. En estos momentos hay 30 obispos clandestinos, que han sido elegidos por el Vaticano pero que no son reconocidos por el Gobierno. Además, el gobierno chino nombrado 7 obispos que el vaticano considera ilegítimos. Resolver esta situación es importante para el Vaticano que, ya que en el continente asiático aumentan los fieles al cristianismo.