El Museo de Bellas Artes de Bilbao acoge una muestra de 43 obras del pintor madrileño Eduardo Arroyo realizadas en los últimos 20 años.
Eduardo Arroyo, nacido en 1937 y condecorado con el Premio Nacional de Artes Públicas en 1982, es uno de los grandes exponentes de la nueva figuración pictórica española.
La exposición lleva por título “El retorno de las cruzadas”, una de las pinturas más características de las que recoge esta muestra que hace una especie de alegoría de nuestra situación política, y que a su vez es un homenaje a una obra de un gran pintor guipuzcono: “La víctima de la fiesta”, de Ignacio Zuloaga.
Con motivo de esta exposición, que se prolongará hasta el próximo 9 de abril de 2018, estas dos obras se encuentran frente a frente en la sala BBK del citado museo.
Las pinturas y esculturas que recoge esta exposición fueron realizadas ya en el siglo XXI, en paralelo a la progresiva armonización del artista de su pasión por la literatura y el arte, en interrelación con su contexto sociopolítico.
La exposición está plagada de autoreferencias al universo Arroyo, mitos, leyendas, boxeadores, escritores… Personajes a simple vista tan dispares como Mickey Mouse, Balzac, Cassius Clay, Oscar Wilde o Frida Kahlo, entre muchos otros, conviven en esta muestra tan particular y personal. Empapadas de surrealismo y pop art, sus obras se expresan a través de la pintura, dibujo y escultura, en grandes y pequeños formatos. En cuanto a las técnicas utilizadas encontramos collages hechos de fotografías, fragmentos de sus paletas…
Arroyo realiza, además, diversos homenajes a la pintura y su historia. Otro ejemplo es su obra “La lucha de Jacob y el ángel”, que está inspirada en la obra mural del pintor Eugene Delacroix. “Cordero místico” rinde tributo a los hermanos Van Eyck. También destacan los guiños a Van Gogh, a Hodler, entre otros artistas de renombre.
La exposición también recoge el trabajo de escultura realizado por Arroyo en los últimos años. Se trata de piezas creadas en la propia naturaleza con materiales naturales como troncos de madera o bloques de piedra. El artista ha trabajado en ellas en su propia residencia estival ubicada en el valle leonés de Laciana, el lugar donde Arroyo pasa todos los veranos desde que volvió a España a finales de la década de los 70.
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