Los buenos aficionados al deporte están de luto. Una de sus grandes figuras nos ha dejado para siempre. A pesar de que no ha pillado a nadie por sorpresa, ya que Muhammad Ali llevaba décadas luchando contra el Parkinson, la noticia se ha recibido en todo el mundo con verdadera conmoción. Ali fue uno de los grandes iconos del siglo XX, una de las grandes personalidades de su época, siempre brillante en el cuadrilátero y fuera de éste. Para entender al personaje es necesario sumar a sus extraordinarias cualidades como boxeador una dimensión social al alcance de pocos deportistas, que se tradujo sobre todo en la defensa de los derechos de la población afroamericana en Estados Unidos.
Cassius Clay -su nombre original- nació en Louisville (Kentucky, Estados Unidos). Su primer gran logro deportivo fue la medalla de oro del peso semipesado en los Juegos Olímpicos de Roma, en 1960. Ese mismo año debutó en el boxeo de pago, ya en la categoría de pesos pesados. La joven promesa encadenó una serie de victorias espectaculares, con un estilo caracterizado por una enorme rapidez, insólita en un peso pesado. Además, se reveló como un maestro del marketing, que calentaba como nadie el ambiente con sus declaraciones antes del combate. “Soy el mejor”, “Soy el más grande” – solía decir-, además de predecir el asalto en el que iba a derrumbar a sus contrarios.
Ganó el título del mundo en 1964, imponiéndose con claridad a Sonny Liston. Poco después de esta victoria se convirtió al Islam y cambió su nombre por el de Muhammad Ali. Defendió el titulo con éxito en nueve ocasiones, manteniendo su palmarés imbatido. Tras estas victorias el campeón fue llamado a filas para acudir a la guerra de Vietnam, se negó a servir en el ejército de Estados Unidos y se declaró objetor de conciencia. Consiguió evitar la cárcel, pero las autoridades le impusieron una sanción que implicó la desposesión de su título y la retirada de su licencia profesional durante tres años, entre 1967 y 1970.
Se dice que, realmente, Ali pasó sus mejores años como boxeador sin poder pelear. Tenía apenas 25 años cuando le desposeyeron de su título. Cuando volvió a los rings había perdido parte de su legendaria rapidez y fracasó en el intento de recuperar el título frente a otro gran boxeador de su tiempo: Joe Frazier. Hubo que esperar hasta 1974, año en el que Ali viajó hasta Zaire para disputar de nuevo el título mundial frente a otra de las máximas figuras de los 70, George Foreman. El “bocazas de Louisville” venció contra pronóstico y reinó en la máxima división del boxeo hasta finales de los años 70. Se tomó la revancha con Frazier y retuvo el título frente a otros boxeadores de renombre como Ken Norton, Earnie Shavers, Ron Lyle o el hispano-uruguayo Alfredo Evangelista. Poco a poco comenzó su declive y se retiró definitivamente en 1981.
El resto de su vida lo dedicó, principalmente, a causas humanitarias y filantrópicas. Una de sus apariciones públicas más recordadas fue cuando se encargó de encender la antorcha de los Juegos Olímpicos de Atlanta, en 1996, con un pulso ya maltrecho por el Parkinson que emocionó a todos los aficionados. El mejor boxeador de todos los tiempos, el padre del boxeo moderno, ha fallecido a la edad de 74 años. Descanse en paz el gran campeón.
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