El otoño es una época que nos gusta por muchas razones: desaparece el asfixiante calor de los meses de verano, volvemos a la rutina y empezamos a regular nuestros hábitos después del desfase de las vacaciones y disfrutamos de la belleza procedente de la naturaleza antes de que llegue el verdadero frío.
Sin embargo, también es cierto que la llegada del otoño trae consigo otros hechos menos agradables: con la bajada de temperaturas también notamos un debilitamiento paulatino de nuestras defensas, lo que nos hace vulnerables a diversas enfermedades y afecciones. A pesar de todo, lo cierto es que podemos emprender diversas medidas para evitar, en la medida de lo posible, enfermar.
En este artículo encontrarás:
Aliméntate bien
A menudo cometemos el error de menospreciar los efectos de una buena dieta en nuestro organismo, pero es algo que no se puede pasar por alto si queremos sentirnos bien. Una alimentación equilibrada no sólo nos ayudará a mantener la línea y a evitar problemáticas como el colesterol, la diabetes o las enfermedades coronarias, sino que también nos llenará de energía y de vitaminas para afrontar el día a día.
Alimentos como las frutas, las verduras y las legumbres tienen toda una serie de propiedades que nos ayudan a reforzar las defensas y a presentar una mayor resistencia contra los elementos contagiosos que flotan en el ambiente y con los que convivimos día a día.
La hidratación es vital
Beber agua con asiduidad resulta algo esencial todos los días del año; si bien durante el verano es importante hidratarnos con más frecuencia si cabe para reponer la pérdida de agua producida por el calor, de cara a las estaciones más frías también es muy importante para combatir, por ejemplo, la sequedad de la piel. Además, es el primer factor a tener en cuenta cuando caemos enfermos, por ejemplo, a causa de la gripe, o cuando padecemos de diarrea sintomática.
La higiene personal te ayudará
Mantener una correcta higiene personal también resulta muy importante a la hora de prevenir el contagiarnos de muchas enfermedades que contraemos a través del tacto. Un ejemplo de ello es cada vez que entramos tocamos asideros en el transporte público o las barandillas de cualquier escalera. Lavarnos las manos (con agua y jabón) con frecuencia puede ahorrarnos una gripe o un resfriado no deseado.
Ventila las habitaciones
Resulta una falsa creencia el pensar que durante los meses de frío no hace falta ventilar las habitaciones de una casa, oficina o aula. Si no realizamos esta acción de manera frecuente será más fácil que los virus se condensen en el ambiente y se transmitan más fácilmente, sobre todo en espacios en los que se concentra de forma habitual una gran cantidad de personas.
Evita en lo posible los espacios públicos
Es evidente que no podremos evitar muchos lugares públicos, ya que forman parte de nuestra rutina diaria, pero lo cierto es que podemos reducir visitar ciertos espacios susceptibles de ser un foco de contagios. Un ejemplo de ello son los ambulatorios; trata de acudir en las horas menos concurridas para minimizar riesgos.
Alimentos como las frutas, las verduras y las legumbres tienen toda una serie de propiedades que nos ayudan a reforzar las defensas y a presentar una mayor resistencia contra los elementos contagiosos que flotan en el ambiente y con los que convivimos día a día.
La hidratación es vital
Beber agua con asiduidad resulta algo esencial todos los días del año; si bien durante el verano es importante hidratarnos con más frecuencia si cabe para reponer la pérdida de agua producida por el calor, de cara a las estaciones más frías también es muy importante para combatir, por ejemplo, la sequedad de la piel. Además, es el primer factor a tener en cuenta cuando caemos enfermos, por ejemplo, a causa de la gripe, o cuando padecemos de diarrea sintomática.
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